La historia detrás de la canasta que nos sigue enseñando mucho

zamer
4 min readOct 19, 2020

Hace poco te conté la anécdota de la canasta basquetbolera que me enseñó a reírme de los planes. Yo no tenía la menor idea que un amigo era el dueño de esa canasta. Resulta que en esa época ni nos conocíamos, y ahora que la leyó, tanto él como su hermano se dieron cuenta que hablábamos de lo mismo.

A raíz de esta coincidencia platiqué con Omar pidiéndole que me contara más de su lado de la historia y esta plática nos llevo a otra y a otra. Y es que, como dice Robert McKee: “las historias son la moneda del contacto humano”. Cuando contamos historias invitamos a que otros también lo hagan, intercambiando aprendizajes para articular juntos una historia mayor.

Ya sin tanto rollo, te dejo lo que nos comparte Omar, sobre la historia de esa canasta.

Era el año 1995, por la decisión de mis padres de estudiar una maestría juntos habían renunciado a su empleo y se habían lanzado a la aventura de mudarse a Montemorelos con sus tres hijos en edad escolar, ¿por qué hago esa aclaración? Porque con eso quiero decir que era un gran reto económico. Mi papá; siempre muy activo y entusiasta, trabaja vendiendo libros y dando conferencias de relaciones familiares junto con mi mamá que lo acompañaba algunas veces.

Mis padres tenían un acuerdo: mi papá era el encargado de proveer y mi mamá la encargada de hacer las tareas de los dos de la maestría, bueno, algo así. El dinero era muy limitado en la casa, había que pagar la maestría, tres colegiaturas de educación básica y secundaria, tres mensualidades de la escuela de música, renta, luz, comida y todos esos gastos correspondientes de una familia.

Así que como era de esperarse, llegó la época navideña y mis padres no tenían dinero para darnos un regalo. Mi hermano y yo, al igual que muchos de nuestros amigos, estábamos fascinados con la NBA, de hecho, yo me creía Grant Hill y cuando atacaba con fuerza me creía Karl Malone, jajaja, pero bueno, mis padres sabían de nuestro gusto por el basketball y de nuestro sueño de tener una canasta en la casa. De paso, unos tíos gemelos que son un poco mayores que yo, tenían una en su casa, de esas que se veían muy profesionales, con el tablero transparente, un aro con malla, incluso con los resortes que llevan para estabilizar el aro cuando la clavas y el logotipo de la NBA por un lado. Mi hermano y yo soñábamos con esa canasta pero sabíamos que era cara, todavía recuerdo el precio de aquella época, ¡350 dólares!, así que sabíamos claramente que era imposible tenerla y mucho menos para esa navidad.

Llegó entonces la época en que los padres comenzaron a buscar regalos navideños para sus hijos. Mis primos con los que regularmente nos reunimos hasta el día de hoy, recibían regalos muy buenos y caros, así que mis padres estaban un poco preocupados por darnos al menos algo y que no nos quedáramos solo viendo. Así que tuvieron una idea genial que se convirtió en el mejor regalo que hemos recibido.

La casa que rentaban mis padres tenía un patio grande y en medio de ese patio había una plancha de concreto con vestigios de que había habido una casa o alguna construcción vieja, estaba llena de grietas de donde salían hierbas horribles, cualquiera hubiera visto ese patio como una película de terror y como un gran problema para limpiarlo, ¡pero mi papá y mi mamá vieron el mismísimo Staples Center, estadio de mis queridos Lakers! Por lo que tuvieron la idea de convertirlo en una cancha de basketball.

Así que mi padre durante las noches previas a la navidad limpió esa explanada, resanó todas las grietas con cemento y la dejó mejor que la duela del Madison Square Garden. Recuerdo que un día fue a un lugar de fierro viejo y consiguió el tubo con el que haría el poste de la canasta, lo eligió muy bien y luego compró el material para hacer el tablero y el aro y lo llevó con un herrero a que le diera la forma circular, y pintó todo de azul y amarillo, colores de los Lakers.

Y la noche de navidad instaló la canasta, así que para el 25 de diciembre al despertar teníamos algo que habíamos soñado: una cancha de basketball en el patio de la casa. Invitamos a todos los amigos a jugar ahí, fue el punto de reunión muchísimas veces. Pocos sabían el significado y el sacrificio detrás de esa cancha que nos hizo felices a muchos.

Hasta que una tarde después de algunos meses, al regresar a casa encontramos la canasta derrumbada y rota, sin explicación alguna y entre lágrimas veíamos el enojo de mi papá y el aro que desde el piso nos recordaba del esfuerzo de nuestros padres y de los buenos momentos que habíamos pasado jugando.

En ese momento mi hermano y yo comenzamos a levantar la canasta como diciéndole a mi papá que no estaba solo, que entre todos la íbamos a reparar, que si la alegría navideña la compartimos todos, ahora tocaba entrarle juntos a reparar el problema.

Al poco tiempo nos fuimos a vivir a Guadalajara, y lo primero que subimos a la mudanza fue esa canasta, que al llegar allá instalamos nuevamente y nos volvió a dar otros años de alegrías sin que ningún otro intruso se metiera a tirarla.

Han pasado muchos años y aunque ya no juego basquetbol, siempre recuerdo que las historias de navidad suenan muy bonitas pero nadie te dice de los vecinos con planes de arruinar los tuyos. Por eso cada vez que veo una canasta arruinada, pienso en el esfuerzo que hubo detrás de ella y busco sumarme para repararla, porque si compartimos las alegrías, nos toca entrarle juntos a reparar los problemas.

Master, esa es la historia detrás de tu historia.

Omar Carballo

--

--

zamer

Hago reseñas de libros y creo en el poder del verdadero storytelling.