El niño que vio todos los misterios del mundo: Leonardo Da Vinci

zamer
7 min readMay 9, 2022

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Se sabe que el tiempo no interfiere.

Se dice que es como un señor de traje gris que observa y que deja que todo suceda ya sea por consecuencias naturales o por lo aleatorio de la vida.

Da igual, el caso es que no se ensucia las manos para nada, porque así son sus políticas de trabajo, observa y no se mete. Punto.

Al menos no desde hace más o menos 500 años cuando un niño de Italia hizo que este señor, el tiempo, rompiera la cláusula mayor de su contrato.

Déjame contarte.

Era una época sin Netflix ni Instagram ni futbol, por lo que cada niño era responsable de sus pasatiempos.

Unos jugaban en casa o en el patio de su casa, otros aprendían un oficio, unos iban a talleres de arte, algunos leían, otros cantaban y así, un sin fin de actividades de la época anterior a la tecnología.

Pero había un niño que hacía todo esto y más, mucho más. Era un niño particularmente inquieto. Algunos piensan que no dormía o que dormía muy poco. Que tenía una especie de insomnio autoinducido.

El día no le era suficiente.

Concebido en lo ilegítimo, hijo de una esclava y de un notario, este niño vivía en la libertad que solo se tiene cuando ni mamá ni papá te acechan las 24 horas con sus miradas de policía en quincena.

Nunca nadie fue tan curioso.

Este niño podía seguir el aleteo de una mariposa por kilómetros o mirar el camino de las nubes durante horas. Se sentía atraído lo mismo por la música que por los vegetales a la hora de la comida. Se pasaba todo el día brincando de idea en idea.

Como ese día que andaba de metiche en un silencioso campo toscano de verdes momentos. Y es el día de la historia que te voy a contar.

El niño italiano piensa y mira mil cosas hasta que su exploración se interrumpe abruptamente: se topa con una cueva de oscuras proporciones que rompe con la armonía del lugar.

Tiemblan sus piernas como exigiéndole la rápida huída, le sudan la espalda y la frente como avisándole de los muchos peligros que puede albergar la caverna, monstruos, enfermedades, trampas, lo que sea, todo es posible.

Consciente de su miedo, este niño es aún más consciente de su curiosidad.

Siempre se ha cuestionado todo.

Captura y estudia lo necesario para saciar sus preguntas: empezó con plantas y flores, luego pájaros, después otros animales y muchos años más tarde, cuando sea adulto, será acusado de nigromancia por estudiar cadáveres humanos.

Lo sabemos porque nunca sal sin su libreta y su lápiz.
Dejó dibujos y anotaciones de todo.

Dejó evidencia de sus estudios botánicos, astronómicos, anatómicos, arquitectónicos y de todo lo que termina en icos.

Él nunca lo supo y nunca le interesó admitirlo, pero jamás nadie fue tan curioso.

Pero ahí en la entrada de la cueva, el miedo no es lo que lo tiene paralizado, es el equilibro de dos fuerzas opuestas que con violencia se cancelan, por un lado este niño quiere escapar corriendo con toda su energía, por el otro lado es su sed de conocimiento la que lo arrastra a la cueva con la fuerza de una ballena en celo.

Y él ahí en medio.

Como un juez a punto de dar su veredicto en un caso largo y complicado.

Como un jugador que está a punto de tirar el quinto penal en una final de la copa del mundo.

Tiene miedo.
Pero tiene preguntas.
Es un niño.
Pero es curioso.

Da un paso.
Da dos.
No hacia atrás.
Sino hacia la cueva.
No al conocido campo.
Sino a las oscuras posibilidades.
Sigue temblando.
Porque el miedo no es como la gripa.

Pero avanza.

No lo llevan las piernas, lo transporta el deseo de saber.

Porque es más fuerte la curiosidad de un verdadero creativo que cualquier incertidumbre.

Sus pupilas se dilatan y el corazón le explota a medida que entra.
Ve piedras, ve plantas, ve tierra.
Ve un hueso y ve otro.
Son muchos huesos.

Los desempolva y se da cuenta que tienen la forma de algo que ya ha visto antes, pero esta vez más grande, 500 o mil veces más grande.

Nunca ha visto algo tan imponente.
Pero él ya no puede tener más miedo.

Los huesos son de un pez, no de cualquier pez, sino de uno monstruosamente gigante.

¡Se da cuenta que es un fósil de una ballena!

“Oh poderoso y alguna vez vivo instrumento de la naturaleza, tu gran fuerza no fue suficiente”, le dice como hablándole al pasado.

Esto llama la atención del señor tiempo.

“Azotabas con tus veloces aletas y tu cola de dos cabezas, provocabas en el mar repentinas tempestades que azotaban y sumergían los barcos”, le dice al fósil con respeto mientras anota.

La cueva y el fósil podrían haber sido suficientes, pero ninguna historia lo es para este niño en especial.

Lo acechan entonces pensamientos de otras magnitudes.

Piensa que su destino y el de todos se ha de parecer a lo que sufrió la ballena

Imagina entonces que hay algo más poderoso que todo lo demás que ha estudiado.

Sospecha que hay alguien más en la cueva.

“Oh tiempo, veloz saqueador de todas las cosas, cuántos reyes, cuántas naciones has deshecho, y cuantos cambios de gobierno y de circunstancias han sucedido desde que pereció este prodigioso pez”, dice esto mientras escribe en su libreta de forma apresurada.

A este punto el miedo que siente ya no es por la oscura cueva, ahora su miedo es diferente, ahora tiene un temor existencial por los poderes destructivos del tiempo.

Entiende que todo pasa y todo perecerá.
Es solo un niño pero está entendiendo la fragilidad de la vida.
Es la primera vez que le tiene miedo a algo tan subjetivo como es el tiempo.
Y lo siente presente.
Pero eso tampoco lo detiene.

Entonces pasa lo impensable.

El tiempo que fiel a su desapego solo observaba se da cuenta que este niño toscano es especial. Está loco como ningún otro. Pero loco diferente, ¿sabes?

El inescrutable tiempo que para nada interfiere, se pregunta si finalmente habrá encontrado al humano capaz de recibir la historia de todas las historias, de soportar el peso de todos los misterios del mundo.

Sabe que si este bastardo es quien piensa, no solo destapará en él su capacidad creativa, sino que le dejará evidencia al mundo de todo lo que podemos imaginar si le hacemos caso a nuestra curiosidad y no al miedo, si valoramos mas las preguntas que las respuestas.

Porque esta es la única forma de entender el tiempo.

Y este es el único loco capaz de entenderlo.

Entonces el tiempo sin avisarle, le narra la historia de nuestro mundo, o de nuestros mundos. Lo hace como una cascada de películas que caen sobre el chamaco temeroso.

El niño sabe que estas visiones son atípicas e irrepetibles por lo que se arranca a dibujar garabatos y párrafos del apocalipsis que inundaba su cabeza: “Los ríos serán privados de sus aguas, la tierra no volverá a producir su verdor; los campos no estarán más engalanados con maíz ondulante; todos los animales, al no encontrar pasto fresco para pastar, morirán. De esta manera la tierra fértil y fructífera se verá obligada a acabar por el elemento del fuego; y luego su superficie quedará reducida a cenizas y este será el fin de toda la naturaleza terrenal”.

El señor de gris le está dictando un Armagedón.

Aunque él es solo un niño se pregunta cuándo, cómo y por qué sucede este final.

Se pregunta si es en su época, en su realidad.

Porque si algo sabe es observar, y ahí vio muchas cosas que no cuadran.

El tiempo le está otorgando lo que a nadie más: le está contando todos los posibles destinos de nuestra especie, por sus ojos pasan todos los misterios de nuestra historia y de otras historias. Es la primera vez que alguien se encuentra ante el multiverso o lo que creemos que es el multiverso.

Pero él es solo un niño distraído que no tiene prisa de sacar conclusiones.
Sabe cómo sobrevivir a las preguntas que no tienen respuesta.
Se alimenta de los misterios.
Y gracias a esas visiones va a tener muchos para toda su vida.

Tiene miedo.
Como siempre lo tendrá.
Está cansado.
Nunca antes vio tantas fantasías a la vez.
Nunca más las verás.
Nunca nadie lo hará.

Lentamente sale de la cueva lleno de dudas.
Su vida siempre será así.

Por eso dejará pinturas sin terminar, como la de San Jerónimo que sospechosamente agoniza cerca de la boca de una cueva.

Planeará esculturas que solo serán bocetos, armas de guerra que nunca serán ejecutadas, la tecnología de su época nunca será suficiente.

Y está bien, él sabe que así está bien.

Porque solo alguien que ha sido tocado por la historia del tiempo se puede dar esos lujos.

Este niño está destinado a la frustración de tener una mente más rápida que la historia.

Pensará en la entonces imposible telefonía mundial, en expediciones submarinas y en muchos otros inventos que solo en su mente y en su libreta serán posibles.

Pero el tiempo le dará la razón.
Se la dio en la cueva y se la dará siempre.

Porque hoy entendemos que el tiempo le da la razón a los creativos que abrazan la incomodidad de las dudas. Para ellos está destinado el favor del veredicto final.

De los tales es el reino de las ideas.

Te cuento esta historia porque justo hoy se cumplen 570 años del nacimiento de este niño, cuya vida siempre estuvo llena de descubrimientos científicos y de fantasías de la imaginación. Nunca se le quitó lo preguntón ni la fascinación por el posible apocalipsis y cualquier estrago del tiempo.

Hizo de la incertidumbre su mejor aliada.
De la curiosidad, su forma de vida.

Nos enseñó que nadie aún conoce los límites de nuestra imaginación cuando hacemos del miedo nuestro combustible y de la curiosidad nuestra forma de vida.

Demostró que podemos convivir con todos los misterios del mundo, aunque nunca los resolvamos.

Y así está bien.

Se sabe que el tiempo no interfiere.

Pero ese día, hace mas de 500 años, en ese campo toscano a las afueras de Florencia, el señor tiempo traicionó sus políticas para hacer su única excepción documentada.

Conoció a ese niño que ejemplifica como nadie la capacidad máxima del ser humano. Por eso contó por única vez, solo a ese niño, la historia de todas las historias, el misterio de todos los misterios.

Lo hizo porque solo la mente más grande podía soportarlo.

El sabio tiempo sabía quien era Leonardo.

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zamer

Hago reseñas de libros y creo en el poder del verdadero storytelling.